Se habla mucho de dinero, de ingresos, de precios y de poder adquisitivo.
Vivimos en una sociedad donde el dinero, queramos o no, es importante.
Pero rara vez nos paramos a pensar en algo más importante:
¿De qué estás hecho tú realmente?
¿De tus posesiones o de tu libertad?
Hoy quiero hablarte de riqueza.
Pero no de la que se mide en cifras, sino de la que se mide en calidad de vida.
De si, al vivir en el campo, eres más pobre… o más rico.
Si te quedas un rato conmigo, te cuento.
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Cómo medimos la riqueza
Durante años, me creí esa idea de que la riqueza era tener más.
De que el éxito era tener un buen trabajo y un buen sueldo.
Más ingresos, más cosas, más posibilidades.
Pero con el tiempo entendí algo esencial:
La verdadera riqueza no es cuánto tienes, sino cuánto necesitas para sentirte pleno.
En el campo esta pregunta se vuelve más evidente.
Porque empiezas a mirar las cosas con otros ojos.
Tu casa deja de ser un gasto y se convierte en un activo.
El terreno que cuidas te devuelve frutos.
El bosque te da leña, agua, setas, hierbas, frutos silvestres.
Y de pronto te das cuenta de que tienes recursos, no sólo objetos.
Ingresos y recursos reales
La obtención de ingresos cambia de forma.
En la ciudad, la mayoría de tus recursos son externos: trabajas para pagar lo que usas.
En el campo, muchos están ya ahí, al alcance de tus manos.
No necesitas tanto dinero si tu entorno te provee parte de lo que consumes.
Tu casa puede generar ingresos.
El intercambio social, con tus vecinos, genera recursos, no siempre necesariamente en forma de dinero, pero sí de productos, servicios, de cosas intangibles.
Y tu tiempo, ese bien invisible, recupera su valor real.
Gasto y consumo
También cambia la relación con el gasto.
El ocio deja de ser algo que compras cada fin de semana.
No necesitas escapar constantemente de tu rutina, porque tu rutina ya tiene sentido.
Ya no estás dentro del circuito del “gano para gastar y gasto para evadirme”.
Lo del “porque yo lo valgo” de aquel anuncio de cosméticos.
Y eso, aunque no aparezca en ninguna cuenta bancaria, es un salto de riqueza inmenso.
Tampoco necesitas renovar el coche cada pocos años, ni el armario cada temporada.
No hay esa presión de aparentar, ni de seguir el ritmo del consumo constante.
Esa regulación infernal de algunas ciudades, esos precios desproporcionadamente inflados en lo básico.
Y aunque quizás ganes menos, te queda más.
Porque gastas menos o directamente no gastas en cosas que no te hacen falta.
El concepto profundo de riqueza
Y aquí está la paradoja.
Quizás ganes menos dinero, pero tengas más valor.
Más control sobre tu tiempo.
Más conexión con lo que haces.
Más libertad para decidir cómo vives.
Y eso, en el fondo, es la medida más honesta de la riqueza:
el grado de libertad real que tienes para vivir como deseas.
A veces me preguntan si me siento más rica desde que vivo en el campo.
Y mi respuesta es siempre la misma:
Sí, pero no en el sentido que muchos piensan.
No tengo más cosas.
Tengo más espacio interior.
Más silencio.
Más tiempo.
Más coherencia entre lo que pienso, lo que hago y cómo vivo.
Y cuando me preguntan qué es el éxito, mi respuesta siempre es la misma:
El éxito para mi es sinónimo de libertad:
Libertad para hacer lo que quiera, para vivir con quien quiera, donde quiera.
Reflexión final
La riqueza no se mide en lo que acumulas,
sino en lo que puedes soltar sin perderte.
El campo, más que hacerte rico, te muestra lo que de verdad vale la pena conservar.
No es un refugio, es un espejo.
Te devuelve tu valor real, sin adornos.
Te enseña que el dinero puede darte comodidad,
pero sólo la libertad te da riqueza.
Porque al final, tu riqueza no está en lo que tienes,
sino en la libertad que tienes para vivir como quieres.
Te dejo con 3 preguntas para que reflexiones sobre esto:
¿Cuánto te cuesta vivir donde vives y como vives?
¿Te sientes rico o pobre?
Si tu situación no te gusta, ¿qué estás dispuesto a hacer para cambiarla?
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