En este episodio hago una reflexión personal sobre lo que es el mundo rural a partir de la pregunta, qué interés tiene el mundo rural, a quién le interesa el campo.
Si estás pensando en irte a vivir al campo, este episodio te interesa.
Quédate un rato conmigo y te cuento.
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Transcripción del podcast
Ahora que ya ha acabado el mes de agosto, que la mayoría de últimos turistas se han marchado de los pueblos.
Quedan algunas fiestas de pueblo.
Quedan algunos urbanitas sin niños que se pueden permitir estar de vacaciones en septiembre porque no tienen niños que vuelvan a la escuela.
Pero la temporada esta prácticamente acabada.
El grueso de turistas ya ha pasado por el mundo rural y ha vuelto a sus ciudades.
Y en esas que pienso en el interés que tiene el campo.
El otro día me decía una amiga: no nos engañemos, el campo no le interesa a nadie.
Y fue una frase que me dejó un poco trastocada.
Como que no le interesa a nadie.
Nos interesa a nosotras, nos interesa a toda la gente que vive en el rural.
Pero pensándolo en frío.
Es cierto.
El campo solo interesa puntualmente.
Es un buen lugar para pasar unas vacaciones.
Para salir a desestresarse de la vida de ciudad.
Para respirar aire puro.
Para comer bien.
Para regalarse la vista con bellos paisajes.
Pero luego, de vuelta a la ciudad.
Pensándolo en modo estadístico.
Pensándolo en modo económico.
También es cierto.
El campo no le interesa a nadie.
No hay suficiente población en el campo para afectar a unas elecciones.
No hay suficiente masa crítica.
Hay mucho espacio para explotar económicamente, con cualquier idea que sirva para que la máquina de la deuda, del dinero inventado siga en marcha.
En el nombre de la ecología, del planeta, de la fauna, de la excusa que quieras, se sigue mermando la capacidad humana de producir alimentos, productos, lo que sea, como se ha hecho desde el neolítico, aún con todos los avances tecnológicos.
Se merma la agricultura, se merma la ganadería, se merma la artesanía, se mueren los oficios.
Se invaden los campos fértiles de armatostes artificiales fabricados en y con materiales que vienen de lugares lejanos.
Pero luego se mide la huella de carbono del ganado.
Se impide el cuidado y la restauración de espacios construidos hace muchísimos años.
Se ponen trabas a la vida en el campo.
Solo unos pocos, con influencia, con poder, con amigos donde toca, hacen lo que quieren.
El resto, hacen lo que pueden.
Pero hay una pequeña esperanza.
Porque el campo es grande.
Y hay cierta gente.
Poca, pero la suficiente, que si se quiere el campo.
Se quiere mucho el campo.
Que si le interesa el campo.
Los autóctonos, los que aman su tierra, su cultura, su tradición, sus raíces.
Los acogidos, urbanitas que nos fuimos al campo.
Personas que amamos lo sencillo, lo natural.
Respetamos el ritmo natural de las cosas.
Amamos el silencio.
Lo simple.
Lo original porque viene del origen.
Amamos la libertad.
La real, con toda su dureza, con todas sus contradicciones.
Todas estas personas somos las responsables de defender el espacio rural.
De defender la relación necesaria del ser humano con la naturaleza.
Con sus cosas buenas y malas.
Con lo racional y lo incomprensible.
Necesitamos seguir luchando cada día porque no invadan lo natural con parques temáticos.
Con los gigantes que veía Don Quijote, pero los de nueva generación.
Con ideas e ideologías absurdas que matan al campo y a sus habitantes.
Debemos seguir en pie, apoyando a los autóctonos, no dejándoles solos ante las golosas garras de un poco de limosna gubernamental, a cambio de su producción, a cambio de sus tierras, a cambio de su espacio.
Debemos seguir buscando alternativas, demostrando que la vida en el campo es posible, es viable, es absolutamente necesaria.
La libertad es algo natural y está en lo natural, en la naturaleza.
En lo natural está todo lo necesario.
Es abundante.
El ser humano dentro de la naturaleza es capaz de todo.
Y tiene la capacidad para crear la tecnología necesaria para adaptarse a cada momento.
Así ha sido durante miles de años.
Lo contrario es lo artificial, lo superficial, lo desnaturalizado.
Lo deshumanizado, desarraigado.
El control, la falsa seguridad.
La codicia, la avaricia, la maldad, la miserabilidad, existen.
Coexisten con la bondad, con la abundancia, la generosidad.
Son comportamientos humanos.
Y también existen en el mundo rural, por supuesto.
Pero todavía queda humanidad, trato cercano.
Queda espacio para el diálogo, para el tú a tú.
Existe el instinto de protección de un lugar.
El arraigo a un lugar.
Si eso se pierde, se acabó lo rural.
Si eso se pierde, el campo se convertirá en el vertedero de lo urbano.
En las fábricas al aire libre de la necesidad artificial urbana.
Todavía queda esperanza.
Solo hay que despertar.
Ser consciente de lo que ocurre.
Defender la naturaleza, el campo, lo rural.
Pero no con falsas banderas, con lemas estúpidos.
De verdad, desde su esencia.
Conociendo su funcionamiento, su razón de ser.
No estoy hablando de volver a las cavernas, de volver a la edad media.
No estoy en contra de la tecnología.
Pero es más que nunca necesario el conocimiento real, no el inculcado, no con la doctrina dominante del momento.
No te dejes llevar por pensamientos ajenos.
Por ideas impuestas.
Por modas.
Sal del hormiguero.
Piensa por ti mismo.
Defiende tu libertad.
Y si amas el campo, defiéndelo.
Este episodio se lo dedico a mi amiga Isabel Sánchez Tejado, porque gracias a ella y al proyecto común que empezamos hace ya un tiempo, Mundo Rural en Positivo, podemos conocer y dar a conocer a gente que está luchando porque la vida en el campo sea posible.
Te invito a que reflexiones sobre todo esto que te he contado.
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