Hace unos días, una persona de 60 años me compartió algo que me dejó atónita.
Me dijo:
“Si puedo, me jubilaré a los 67 años, pero aún así después de haber trabajado un montón de años, algunos como asalariado, otros como autónomo, la pensión que me quede no me va a dar para cubrir los 1300€ de alquiler que pago, después de haber tenido que vender mi piso hipotecado tras el divorcio.
Estamos condenados a vivir compartiendo piso cuando estemos jubilados.”
Yo no sé a ti.
Pero a mi, esa afirmación.
Esa aceptación.
Esa resignación.
Me dejó fuera de juego.
Y ¿sabes qué?
Que hay opciones.
Si te quedas un rato conmigo, te cuento.
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Transcripción del podcast
Cuando me fui a vivir al campo en 2001, una de las primeras razones que me empujó a dejar la ciudad e irme al campo fue la locura inmobiliaria.
Me di cuenta que para vivir por tu cuenta (fuera del nido de los papás) tenías que ganar mucho dinero o bien compartir piso, con amigos, desconocidos, pareja o lo que fuera.
O invertir más de la mitad de tu sueldo en pagar un alquiler.
Entonces salieron las hipotecas fáciles, cualquiera podía tener acceso a una hipoteca a 40 años. Eso se paga solo decían. Y de aquí a 20 años, ya ni te enterarás que pagas una hipoteca, porque ganarás mucho más de lo que cuesta la cuota mensual.
Eso era el pensamiento único del momento.
Si no puedes pagar un alquiler, hipotécate que te saldrá mejor a la larga y tendrás “algo tuyo”.
Algo me dijo que no, que no quería seguir ese juego.
Que tenía que haber algo diferente.
Y me largué al campo.
Hoy, casi 25 años después. Algunas de esas hipotecas a 40 años ya no existen porque los que las pagaban se han divorciado, han vendido el piso y están viviendo de alquiler o se han metido en otra hipoteca.
Otros, aunque la última subida de tipos de interés les dobló la cuota de la hipoteca y siguen teniendo un bonito globo al final con “últimas cuotas de 60, 80 100 mil euros” (si no sabes lo que es una hipoteca globo búscalo, porque vas a flipar), siguen pensando que aún tienen algo suyo, aunque necesitan un sueldo íntegro de uno de la pareja (o un poco más) para pagar la hipoteca.
Mientras tanto se habla de zonas tensionadas, de regulación de precios, de esos especuladores que tienen dos viviendas en alquiler.
Y como me dijo alguien hace poco: la zona tensionada se acaba a 120km de una gran ciudad.
Y es cierto.
A veces son 120km, a veces un poco más, a veces un poco menos.
Todo depende de la gran ciudad desde la que se haga el cálculo y su periferia canibalizada (como hablé en el episodio anterior).
En las zonas rurales, en esa “España vaciada” que supuestamente tanto preocupa, hay cientos de pueblos con poca población, algunos al borde de la desaparición.
Cientos de casas vacías.
Y no estoy hablando de expropiar, de obligar a vender o a alquilar ni ninguna de esas medidas regulatorias hechas desde despachos urbanos que hacen más mal que bien.
Dejemos de buscar fuera.
Dejemos de esperar que nos salven el culo.
Mira dentro.
Empieza por ti.
“Podría” entender que tu actividad laboral o profesional te ate a una ciudad, aunque no entiendo que el trabajo te ate a un lugar, pero bueno, supongamos que es así.
Pero si te jubilas y el trabajo ya no te ata.
¿Qué nueva excusa tienes?
Y sí.
Lo entiendo.
Hay quien quiere vivir en esa ciudad en la que ha vivido toda la vida.
Allí está la familia.
Los amigos, el entorno.
Pero ahí está el yugo. El apego.
Y prefieres sobrevivir o malvivir en una ciudad porque es tu lugar.
Antes que vivir en otro lugar que te brinde una manera más relajada de vivir aunque sea en lo económico (que hay muchos más beneficios, créeme)
Prefieres lo malo conocido.
Porque el cambio da miedo.
Y sí, el campo, el mundo rural, los pueblos que están casi vacíos en invierno, no son para todo el mundo.
Pero el cambio es posible.
Yo lo vi claro con 25 años.
Pero la edad no importa.
Lo que importa es que tienes una vida para vivirla.
¿O sólo estás aquí para sobrevivirla?
Si algo admiro de los franceses es su desapego hacia su lugar de origen.
No sé si es bueno o malo.
Pero continuamente veo gente de cierta edad que ha vendido su casa o ha dejado el lugar donde vivía con anterioridad para vivir en un lugar más asequible a su bolsillo, más tranquilo a su ritmo.
La movilidad es adaptabilidad.
Hay quien dice que la movilidad genera desarraigo.
Quizás.
Mi experiencia me dice que las personas que se sienten bien en un lugar aunque no sea su lugar de nacimiento, se comprometen, se sienten parte, aprecian y hacen por el lugar.
Así es que mi mensaje, aunque sé que no es para todo el mundo, es que otra vida real, tranquila, relajada, asequible, fuera de la ciudad es posible.
Estés jubilado, o tengas 30, 40, 50 años, da igual.
El mundo rural no está vacío, no está muerto.
Eso es para los que se creen el discurso de las ciudades de 15 minutos.
Para el resto, despierta.
Otra vida es posible.
El mundo rural es una opción.
Así que, si todo esto te resuena, pregúntate de nuevo:
¿Tu plan de jubilación es sobrevivir… o vivir de verdad?
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