De la ciudad al campo, así empezó todo…

Leí una frase que me hizo sonreír. “En el campo no se cuentan los años, sino los inviernos”. No puede ser más cierto.

Todavía recuerdo mi primer invierno fuera de la ciudad, y de eso hace ya más de una década…

Mi pareja y yo, hartos de la ciudad, de una preciosa Barcelona que nos asfixiaba día a día, decidimos hacer el cambio, aprovechar ahorros, paro y juventud, e irnos a vivir a un entorno rural y tranquilo.

Así fue como después de varias semanas de búsqueda, encontramos una casa de alquiler en un pequeño pueblo en una zona de montaña entre Lleida y Tarragona, al noreste de la Península Ibérica.

Cuando le dijimos al propietario, quien con los años se ha convertido en un gran amigo, que la idea era quedarnos a vivir en el pueblo, no sólo ir los fines de semana, pensó que estábamos locos, pero aún así acordamos condiciones y un 30 de Junio, con una furgoneta cargada con todas nuestras cosas, nos plantamos en un pequeñísimo pueblo de poco más de 100 habitantes.

Por la noche, yo ya estaba llorando como una Magdalena…

Mi primer día viviendo fuera de la ciudad

Ese primer día fue chocante, descubrimos que la casa tenía muchos “problemas” (la cisterna del wc no funcionaba, por poner un ejemplo…), y aunque de todo ello el propietario ya nos había advertido, y por eso nos había propuesto unas condiciones de alquiler más que razonables y generosas, a mí aquellos problemas “en medio de la nada” y viniendo de la ciudad, me parecieron auténticos dramas.

Pero al día siguiente volvió la ilusión, y nos pusimos manos a la obra. Reparar, limpiar, ordenar, colocar, adecuar, lo suficiente para superar el drama y enfocarme de nuevo en el porqué estábamos allí.

El primer verano

Dedicamos el verano a adecuar la casa, conocer el entorno, disfrutar de la tranquilidad y el silencio de la vida en un pueblo, y cuando llegó el otoño estábamos la mar de bien en nuestro “nidito de amor”.

Y llegó el invierno

Llegó el mes de diciembre y el tiempo empezó a ponerse feo.

Un 13 de diciembre fuimos a Barcelona a visitar a unos amigos, y a la vuelta…salimos de la autopista, vimos muchos coches parados, y al preguntar a un policía nos dijo que sin cadenas no podíamos continuar, que la carretera estaba llena de nieve.

¿Cómo?¿Cadenas?¿Nieve? Vale, que no cunda el pánico, vamos a comprar unas cadenas, pensamos. Pues no, están agotadas en todas las tiendas del pueblo.

Vale, opción B. Dejamos el coche y vamos andando, total eran 20 km. Pero no habíamos andado ni 500 metros y ya teníamos nieve hasta las rodillas y estábamos congelados, cambio de planes.

Tuvimos que retroceder hasta Reus para conseguir unas cadenas para el coche pues en todos los pueblos de alrededor se habían agotado. Al llegar de nuevo al punto donde era necesario circular con ellas, lidiamos con la desagradable experiencia de poner unas cadenas (de aquellas de cadena, no de esas nuevas que hay ahora que se ponen solas) con la sensación de que se te iban a congelar las manos, y no, ¡con guantes no hay narices a poner unas cadenas!, y por cierto, se iba haciendo de noche…

Circulamos los 15 km de carretera general y entramos en los 5 últimos km de carretera local que debíamos recorrer para llegar a casa. A dos kilómetros del destino, yo iba pensando en el taper de sopa que me había dado mi madre y de lo a gusto que me la iba a comer, cuando pisamos una placa de hielo, y en un segundo el coche se puso mirando en sentido contrario al que íbamos. Por Dios qué susto. y yo venga a llorar…Pero llegamos a casa, sanos y salvos.

Y nevó y nevó…

Los siguientes días siguió nevando y nevando. La gente del pueblo se movilizó en seguida. Paleando nieve hacia los bordes de las calles, echando sal para que no se helase el suelo, utilizando tractores en los puntos más cerrados.

La temperatura bajó hasta los 17 bajo cero y por primera vez supe que esas hinchazones que tenía en los dedos de los pies y de las manos eran sabañones.

Desde entonces, por poco frío que haga, vuelven a aparecer y durante unos días mis dedos tienen el aspecto de pimientos morrones.

Empezando con el bricolaje por pura necesidad…

Hacía tanto frío, y la casa estaba tan poco acondicionada para ello, que se helaron las tuberías del agua.

Ahí empezamos a hacer nuestros primeros pinitos con el bricolaje, por pura necesidad. Con un soplete, calentábamos la tubería del agua para deshacer el hielo y poder tener de nuevo agua corriente.

Había días que era necesario dejar un grifo un poco abierto toda la noche para evitar la congelación del agua. Aún así, si se cerraba antes de las 10 de la mañana, se helaba de nuevo…

Las estufas eléctricas que teníamos no daban para calentar la estancia donde hacíamos vida, así que probamos a encender la chimenea, que no tiraba mucho pero algo calentaba, y durante unos días fuimos a cortar algo de leña al bosque con ayuda de un arco de sierra, pues al ser recién llegados al lugar, no teníamos ni idea de lo que era una motosierra.

Auténticos “pixapins”

En catalán hay un adjetivo para calificar a la gente de ciudad que va al campo sin tener ni idea de la vida en el campo, se les llama pixapins, pues nosotros éramos el vivo ejemplo.

Juré que no volvería a pasar un invierno más allí, pero juré en vano, pues han sido 17 los inviernos pasados en aquel entrañable pueblo. Y no me arrepiento de ello, ni de todo lo que he vivido y aprendido por el camino, a todos los niveles.

Aprendizaje

Todos estos años han sido para mi un curso práctico e intensivo del lenguaje del campo y la naturaleza, de las adversidades meteorológicas, de bricolaje,  de mantenimiento del hogar, en definitiva un curso de “supervivencia básica“

Pero también un nuevo aprendizaje y una nueva manera de desarrollarse profesionalmente,  una manera diferente de relacionarse con las personas del entorno rural, un cambio de concepto a nivel emocional, y un sinfín de conocimientos, que estoy segura que no hubiese adquirido viviendo en la ciudad.

Y ahora…

Actualmente vivo en Francia, inmersa en un proyecto de restauración de una casa de gran envergadura, situada también en una zona rural.

¿Qué puedo hacer por ti?

En este espacio voy a compartir mis experiencias pasadas y presentes. Así es que si tienes un proyecto de reforma de una casa de pueblo o en el campo, si estás pensando en irte a vivir a un pequeño pueblo o a la montaña, si quieres cambiar la ciudad por el campo, no te pierdas mis aventuras, pues en ellas describo mis experiencias, las buenas y las malas, para hacer, si es posible, que tu camino sea más fácil.

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Y además te envío la

Guía De la ciudad al campo en 3 pasos

para que descubras cómo dar el paso, dejar la ciudad e irte al campo, de una manera sencilla y bien planificada.

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Feliz día!

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