Lo que te engancha de vivir en el campo

Esta tarde, dando un largo  paseo por el campo, con mi cámara fotográfica al hombro, respirando primavera en cada rincón, he vuelto a recordar qué fue lo que me enganchó realmente de vivir en el campo.

Después de superar mi primer invierno fuera de la gran ciudad, un invierno terrible, donde descubrí todos los fenómenos meteorológicos adversos posibles (nieve, nieblas, bajísimas temperaturas) que ya expliqué en este post

Después de esos días fríos y oscuros, llegó la luz y el calor, llegó la primavera.

La primavera es un despertar y un increíble renacer de la naturaleza.

En esas hierbas feas, sosas y grises que cubren los márgenes de los caminos, empiezan a aparecer flores de todo tipo, de  formas y colores diferentes, creando auténticos bouquets de flores salvajes.

Los insectos empiezan su actividad y los descubres en cualquier rincón.

Las golondrinas, ay qué bellas las golondrinas, vuelven a su segunda residencia y recobran la frenética actividad de limpiar, restaurar, o hacer nuevos nidos, para sus nuevas crías.

Si te gusta el campo y la naturaleza, la primera vez que descubres la primavera y la vives en el entorno rural, no te deja indiferente.

Mi afición a la fotografía empezó gracias a la primavera, viendo tanta belleza y color, sentí la necesidad de capturarla en pequeñas dosis instantáneas.

Pero aunque todo es de color, como dice la canción, no todo es agradable, y hay muchas otras cosas que requieren su aprendizaje y aceptación.

El entorno rural y natural está habitado. Aunque parezca que si hay poca gente está deshabitado, hay otro tipo de inquilinos, que te gusten o no también tienen su espacio. Insectos, pájaros, reptiles, roedores, y otros animalillos salvajes, o asalvajados que viven y comparten el espacio contigo. 

Tengo la gran suerte de vivir con una persona que siente un gran respeto por cualquier tipo de ser vivo (aunque no siempre sienta lo mismo por el ser humano) que sabe ver y me ha sabido transmitir, la belleza, la importancia y el papel de cada uno de esos bichos y plantas en el conjunto.

Y cuando ves la naturaleza desde ese prisma, se te quitan las tonterías, los ascos y los miedos.

Yo tenía pánico de las serpientes. Terror. No las podía ver ni por la tele. Pero a fuerza de ir viéndolas año tras año y de descubrir sus colores, sus formas y su belleza, he perdido ese miedo irracional inicial. No las cogeré con la mano, pues esa piel brillante me sigue produciendo una sensación de rechazo. Pero me gusta verlas, fotografiarlas, y no dudo en parar el coche y apartarlas del medio de la carretera, si las encuentro a esas horas de la tarde, en que baja la temperatura y se apegan al calor que desprende el asfalto, sin tener la conciencia de que pueden morir aplastadas.

Y es que la fauna y la flora acaba enseñándote eso, que tiene su propio ritmo, su propia manera de hacer, y que mientras el ser humano se empeña en inventar, construir, destruir, conquistar, diseñar, transformar o contaminar, el ritmo de los árboles, de las flores, de los pájaros, los insectos, los anfibios y de cualquier bicho o planta viviente, sigue su propio camino, indiferente al ser humano, adaptándose a lo que venga, y viviendo cada primavera en todo su esplendor.

El campo y la naturaleza hay que aprenderla y respetarla.

Cuando vienes de la ciudad traes otra cultura, otro chip.

En tu pisito de la ciudad no encontrarás muchas arañas, o ratones, o abejas, o nidos de pájaros, o salamanquesas.

En el campo, en una casa de pueblo, puedes encontrar esos pequeños habitantes, que debes aprender a respetar y en caso de que te no te sientas a gusto en su compañía, invitarlos amablemente a salir de tu casa.

He visto a mucha gente de ciudad, llegar a su casa de campo en vacaciones y volverse locos intentando asustar, aplastar, envenenar, cazar, exterminar y si pudieran, aniquilar a todo tipo de insectos, roedores, incluso gatos salvajes. Y quejarse de moscas, mosquitos, avispas, o cagadas de pájaros. 

Hay un pájaro bellísimo, el vencejo, que suele venir a nuestras latitudes un poco más tarde que las golondrinas y se va antes que ellas, suelen anidar en las partes altas de las casas, en las juntas de la piedra o bajo las tejas más salientes del tejado. 

Imagen de SEO Birdlife

Al atardecer, cuando el sol empieza a bajar, vuelan frenéticamente atrapando mosquitos y otros insectos voladores, lanzando sus gritos característicos, y llenando el cielo de una gran actividad.

Ver volar a vencejos y golondrinas a esas horas es un espectáculo que me encanta observar, y sus gritos me alegran el corazón pues me parecen de pura alegría.

Recuerdo uno de esos momentos tomando una cerveza fresquita en una terraza de Prades, cuando de repente oí la voz disonante y desagradable del tipo sudoroso de la mesa de al lado decir : Putos pajarracos de mierda, qué escándalo meten!

Como ves para gustos los colores, lo que para mí era un gran espectáculo visual y acústico, para aquel tipejo pixapins era un coñazo.

No le dije nada, me limité a lanzarle una de esas miradas que lo dicen todo y que me devolvió con desprecio.

El campo, el entorno rural, no es para todo el mundo, no tiene porqué gustar a todo el mundo. Pero seas de donde seas, vengas de donde vengas, si consigues descubrir, su belleza, su magia, sus colores y sus estaciones, te enganchas a ello, tu cuerpo se adapta al ritmo natural de la naturaleza y te cautiva para siempre

Y tú, también te ha enganchado la naturaleza?

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